viernes, 2 de septiembre de 2011

La más linda historia de amor que he conocido.

Un domingo 26 de Agosto de 1956 se conocieron en la zona de quintas de la ciudad de José C. Paz.
Ella no había cumplido catorce años al igual que su amiga Mónica; él ya tenía dieciocho y estaba acompañado en el auto que manejaban por su primo menor Osvaldo.
Nunca supe bien del todo los entretelones de ese cuádruple encuentro pero sí puedo afirmar como hijo mayor de Jorge Ángel y Ana María Alicia que desde ese momento nunca más se separaron.
Hace unos días hizo cincuenta y cinco años del suceso y no quise que se me pase de largo dada la trascendencia humana (yo si no, jamás estaría escribiendo estas líneas) y sentimental que tiene para mí y mi hermano Álvaro.
Hubo tiempos muy lindos, otros peores, crisis pero siempre el barco siguió su curso, firme hacia el puerto seguro que fue conformar una hermosa familia.
Fui a Mar del Plata desde la panza de mi madre a comienzos de 1971, allí murió el 10 de Febrero, mi abuelo Jorge Raúl y pese a ese triste suceso año tras año concurrimos al departamento de mis abuelos maternos. Fueron muchos recuerdos hermosos en la ciudad que más recuerdo luego de Buenos Aires y Pilar. Tal vez, entre los malos momentos, viene a mi mente un día que quedamos atrapados dentro del auto por una tormenta de verano furiosa y un rayo cayó a menos de un metro del coche. Todavía siento el estruendo de ese momento pese a que yo no tendría ni diez años.

En la foto de arriba se los ve a los dos juntos, sonrientes, felices. Y en la de abajo se ve a mi madre con la prima de mi padre Mirta.

Tras mucha lucha mi madre junto con mis tíos fundó su empresa, próxima a cumplir hoy cuarenta años. Mi padre trabajó dos décadas en FIAT para pasar luego a engrosar las filas del emprendimiento familiar.
Les costó años hacer una casa afuera, muchos sufrimientos, sinsabores, pero esa casa fue, es y será el símbolo de la familia. Recuerdo a mi madre llorar por los trastornos económicos en pos de construirla y mi padre conteniéndola.
No se van de mi mente los sábados a la mañana en el Parque Rosedal o en el Jardín Zoológico con mi papá y mi hermano mientras mi mamá ordenaba toda la casa.
Puedo recordar mil cosas más, pero tal vez una marque lo que siempre hicieron por mi hermano y por mí: a mediados de 1984 debía irme de viaje de egresados con mis compañeros de toda la escuela primaria (un viaje soñado para mi) pero tenía que jugar un match de desempate para clasificar al campeonato argentino sub 14 justo en las vacaciones de invierno y mi rival no quería jugarlo en la primer semana sino repartido en las dos. Al pasar los primeros siete días yo ganaba 2-0 pero necesitaba medio punto más y mis amigos se iban a La Falda (Córdoba) ese sábado a la noche. Yo lloraba de bronca, quería dejar el match pero a la vez quería clasificar al campeonato nacional. Mis padres no sabían que aconsejarme pero de pronto me dijeron: -"Vos jugá tranquilo la partida de mañana que, apenas termines, te llevamos con tus amigos". Creo que nunca en mi vida jugué tan buen ajedrez como ese domingo. Gané de manera convincente y salimos para el hotel donde estaban mis compañeros distante a unos 750 kms. Llegamos para el almuerzo del lunes donde mis compañeros me recibieron a los abrazos como si viniera de ganar una copa mundial. Mis viejos, cansadísimos pero satisfechos, me dieron un abrazo enorme y retornaron Buenos Aires. Esta historia los pinta de cuerpo entero.
Ya más grandes mi hermano y yo se dedicaron a vivir la vida en pareja con salidas, viajes y demás actividades juntos como verdaderos novios.
Desayunando en el hotel de uno de sus últimos viajes.

Lamentablemente no fueron muchos años sólos dado que mi padre falleció imprevistamente un domingo 28 de marzo de 2004. Ese día acabó la historia de amor de ellos en la Tierra pero estoy seguro que continuará en el Cielo cuando le toque ir a mi madre (Dios quiera que falte mucho tiempo aún).
No se si ésto es un relato, un cuento o qué, creo que simplemente es el humilde homenaje de un hijo eternamente agradecido a los padres que Dios le supo regalar. Cada vez más me acuerdo de Ringo Bonavena y en su estilo yo podría decir que si hubiera prestado a cualquiera diez minutos a mis padres, jamás me los habrían devuelto.
Existen Borges, García Lorca, Shakespeare, García Márquez y muchos otros pero -para mi- la más linda historia de amor la escribieron ustedes.
¡Gracias Pá, Gracias Má!! sigo en deuda con ustedes.

Alejo de Dovitiis © 2011