sábado, 4 de septiembre de 2010

La fábula del genio y el aficionado

Había una vez hace unos treinta años un niño que acababa de aprender los movimientos de los trebejos en la escuela gracias a sus compañeros.
Cierto día insistió a su madre para que lo lleve a un club de ajedrez. Al arribar a esa casa tan solemne y prolija tuvo la suerte de tener dos excelentes profesores y hacer de varios amigos de su edad. Como ellos, comenzó a jugar los torneos escolares en el Banco Ciudad, los Benito Saiz en un club que le quedaba lejos llamado Círculo de ajedrez de Villa Martelli y muchas otras competiciones.
En el primer piso de la institución a la cual concurría indefectiblemente viernes y sábados se hablaba de un joven prodigio que asomaba en el olimpo del ajedrez mundial. Le llamaban el "genio de Bakú" un pibe que empezaba a ganar magistrales delante de experimentados grandes maestros.
En las clases de los profes Gustavo y Eduardo empezaban a verse partidas del citado fenómeno. Eran partidas agudas, con novedades teóricas y muchas energía en su juego, casi como como destilando agresividad.
De a poco el aficionado, como tantos otros adolescentes, fueron apreciando y valorando ese estilo ultra dinámico del Gran Garry.
Él, llegó a la cumbre, tal cual lo había insinuado y se mantuvo en ella durante veinte años ininterrumpidos. Se autoproclamó hijo del cambio, creó la asociación de grandes maestros, se fue de la FIDE, volvió e hizo mil cosas más. Pero, más allá de todo, la admiración por su juego seguía incólume en el alma del aficionado.
Hace pocos días el destino lo puso cara a cara pero el gran campeón no quiso fotos ni firmas. Eso sí: pidió a todos los presentes que, como amantes del ajedrez, apoyemos su proyecto junto a Karpov para cambiar el rumbo del juego ciencia. ¿Solamente la admiración debe provocar la adhesión? ¿No se necesita un ajedrez más popular dónde los maestros se acerquen más al resto de los participantes?
La moraleja ya estaba escrita: la pirámide del ajedrez será cada vez menos ancha en su base si los grandes genios se alejan en lugar de acercarse a la inmensa cantidad de entusiastas aficionados.
Fueron pasando los minutos, el cocktail iba llegando a su fin y el genio, ante tanta concurrencia, prefirió huir de tan linda y populosa celebración. Tal vez haya pensado que hace falta convencer a la gente mas no estar en contacto con ella.
El aficionado retornó a su casa caminando bajo la lluvia portando muchos libros del genio sin firmar. Se prometió seguir estudiando y aprendiendo de ese icono del ajedrez que, aunque un poco áspero, es un manantial de sabiduría.
El genio se fue raudo a tomar nuevos aviones, a dar nuevas conferencias, a captar nuevas voluntades. Nos resta esperar sus próximas movidas...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Alejo ! No conocia este blog, me lo paso Matias.
Buena fabula, con buena moraleja. Es asi, y para sintetizarlo en apenas una frase: business are business ...

Abz, Diego Lopez.